lunes, 2 de febrero de 2015

Sobre sexo, errores y fortalezas de soledad


Siempre he pensado en la vida como un largo camino en el cual transitas para aprender, mientras disfrutas del paisaje.  Pero sin duda, el costo de aprender tiene un precio, a veces alto, a veces bajo.. a veces aceptable y otras no tanto. 

Hace unos días me hacía una pregunta y la vida me la ha respondido de una forma no muy amable.  A estas alturas parece absurdo preguntar en qué punto debe comenzar el sexo en una relación, en el caso en el que a ti realmente te interese la persona y no sea una calentura del momento.  Y la respuesta es que… el sexo hay que retrasarlo hasta que tengas realmente una conexión con la persona, hasta que la conozcas lo suficiente como para que te importe y le tengas la confianza suficiente como para abrirte emocionalmente con él o ella.  Antes de eso, las probabilidades de que termine bien son muy bajas.  Incluyes el sexo en la ecuación y empiezas a confundir las cosas.  Y vale aclarar también que “confundir las cosas” funciona distinto para hombres que para mujeres.  Considerando la sociedad en la que vivimos, para el hombre se pierde la sensación de reto: capturas la presa y termina la caza. Y si no lo pierde, probablemente te conviertas en un pedazo de carne usado solamente para satisfacer un deseo físico.  Para la mujer, generalizando por supuesto, terminas esperando cierta respuesta emocional que la verdad va difícil recibir de vuelta.  Porque tu cometes el error de pensar que la cercanía física es sinónimo de cercanía emocional o intelectual, y no lo ves como lo que es: química, sexo, físico.

Por supuesto que hay excepciones a la regla.  Está el caso que en la primera cita terminan en la cama y es el inicio de algo duradero.  Pero puedo apostar lo que sea a que estos casos son los menos.

Respuesta sencilla, ¿no?  Respuesta que ya conocía. El asunto es que cuando se graba con sangre es más fácil de recordar.  Como todo… a las malas siempre aprendemos. A veces me entristece el hecho de haber salido con ciertos chicos que eran muy buenos, pero que por ciertos errores de mi parte, mandaron todo al mundo del “hubiera”.  Desgraciadamente, sé que quizás esta no sea la última vez que me suceda esto. Esos chicos buenos son como cartuchos que vas quemando, que una vez que se usan una vez no se pueden usar de nuevo.  Después de ciertas cosas es muy difícil que una relación funcione y hay que aprender a vivir con eso.

Y hay que llorar también. Dejar ir las cosas. Solo de esa manera se puede volver a sonreír. 

Hace unos días también discutía con un amigo el hecho de que uno en la vida tiene que “diversificarse”.  Tienes que obtener satisfacción de cosas diversas y no centrar todo en algo o en alguien:  una pareja, un trabajo, un hobbie.  Cuando son varias las fuentes de tu satisfacción, el día que una de esas cosas falla, las otras funcionan como un soporte que te mantienen mientras el pilar que se cayó es reparado.  Pero si tienes solamente uno, puedes esperar una caída estrepitosa de la cual levantarse es tardado y doloroso.

Así que en resumen… es probable que esta noche y un par más me permita soltar unas lágrimas en la soledad de mi habitación. He aprendido también que llorar no me hace débil, al contrario, ayuda a lavar mi alma. Y entonces dejaré a una persona atrás, a uno más, y seguiré adelante.  Quizás es momento de que tome las riendas de mi vida, y en lugar de invertir tanto tiempo y emociones en relaciones que siempre terminan, lo use en invertir en mi propia vida y en tratar de convertirme en la persona que deseo ver frente al espejo.  Eso haré.  Good bye love.  Welcome back loneliness, I think you never left me.